Este es mi amigo Vicente, lo bautizó su dueño con este
nombre en homenaje a un médico que lo trató y su diagnostico no fue muy
acertado, pero siempre aclara que no todos los doctores tienen que llamarse Vicente
.
Aclarado el entuerto, Vicente cada mañana cuando su
dueño lo lleva a pacer al prado, se para delante de mi puerta, para darme los
buenos días, por la tarde al regresar a casa, también se para, esta vez para
saber mi voluntad, a menudo, una hoja de mis famosas berzas, pan, fruta, un
puñado de hierba, etc. Siempre que puedo voy a verlo al prado, el agradece mi
visita haciendo carreras y piruetas, entre las cuales su favorita es ganar la
cebada revolcándose donde hay más polvo o barro, es un guarrillo feliz.
El otro día yo venía de recoger de mi huerto, pimientos
de Padrón y Mougan, como estuve unos quince días fuera crecieron algo más de la
cuenta, la consecuencia es que pican demasiado, hice una fritada y me duró tres
comidas, con un solo par de ellos ya no me quedaban lágrimas, ni podía
anestesiar más mi boca. Al ver a Vicente, le dije (quieres uno Vicente) quería
comprobar el grado de inteligencia de mi amigo, “yo siempre creo que los
animales son más listos que las personas” lo olió y pareció decir esto no lo
probé nunca, lo saboreo mientras lo masticaba, pronto empezó a enseñar los
dientes como si le entrara un ataque de risa, luego buscaba hierbas frescas en
la orilla del camino para apagar el fuego de su boca, arrastraba a su dueño para
que lo llevara a casa, allí se bebió un cubo de agua, ignoro cómo pasó la
noche.
Supongo que tuve un momento de enajenación mental
transitoria, para gastar una broma tan pesada a mi buen amigo, tal vez tuve la
tentación de gastar una de esas bromas que a veces gasto a los buenos amigos,
sin contar que esta vez se trataba de un pobre animal.
Aunque después me reí un rato, comentando la valentía
con los vecinos, por la noche me pareció un disparate y me costó dormir, “tal
vez mi almohada, me recordaba que no había obrado con sensatez” el caso es que
por la mañana le estaba esperando, para pedirle disculpas, cuando se acercaba
pensé que podía devolverme la broma con una coz de esas que mandan al infierno,
vino decidido como cada día, le miré a los ojos y no había ni restos de rencor,
le di un abrazo mientras le acariciaba pidiéndole disculpas, por la tarde le di
un par de madalenas para endulzar su paladar.
Ahora que me
acuerdo, disculpas también a los que a veces fueron víctimas de mis pesadas
bromas.
Bromista
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