sábado, 5 de enero de 2019

Espirito maternal


                                    Espirito maternal

Esta es la historia de una amiga de mi juventud, no es que tengamos una relación de amistad fluida, ni siquiera continuada, cuando coincidimos a veces con años de por medio, nos explicamos nuestras confidencias a lo largo la vida con una sinceridad fruto de la confianza que teníamos entonces, cuando formábamos parte de un grupo de jóvenes excursionistas.

Un día me contó que se había separado de su primer amor al que amaba, pero que él no sentía la necesidad de ser padre, dejó pasar el tiempo esperando convencerle, no le fue posible, según ella era un poco egoísta y no quería tener ataduras que le impidieran viajar y vivir la vida despreocupado, ella cada vez insistía más, las discusiones cada vez eran más fuertes sin encontrar la solución, hasta llegar al divorcio, yo solo me atreví a decirle una frase que leí en algún sitio, “quien busca en un niño la solución a su matrimonio, encontrará en ese mismo niño la razón de su divorcio”.


 Unos años después me contó que intentó rehacer su vida, ninguno de sus elegidos le parecía adecuado para ser el padre del hijo que tanto deseaba, un día encontró un mocetón, aunque no fue un flechazo le pareció que era de lo mejor que tenía a su alcance, se casaron por lo civil y pronto obtuvieron el fruto de su relación tan deseado, una preciosa niña, ahora ya era  muy feliz, tenía todo lo que anhelaba, buen trabajo, cargo importante, bien remunerado, buen marido y la hija más bonita que tanto había deseado, le dedicaba todo el tiempo del que disponía, que no era mucho, se emocionaba con cada pequeño progreso en su evolución cognitiva, sufría como cualquier madre cuando la niña tenía un estornudo, sin embargo se olvidó de repartir el cariño, todo era para su pequeña, el marido que tenía más tiempo, hacia casi todas las cosas de casa para que ella tuviera más tiempo para la niña cuando regresaba, un día el marido le dijo (sabes que hace ocho días que no nos damos un abrazo) ella se lo tomó muy mal, le llamó egoísta y otras cosas, eso fue el principio de las discusiones, en algo más de un año pusieron fin a su relación, no fue posible llegar a un acuerdo en la custodia y después de un juicio el juez decretó la custodia compartida, la niña estaba un mes con cada uno de ellos, cuando la recogían siempre quedaban en el portal para hacer el intercambio sin cruzar palabra, cuando la niña ya tenía seis años ya la mandaban bajar sola para no verse.

Hace dos años en noviembre la encontré y de nuevo me contó sus preocupaciones, me contó que la niña tenía mal carácter y problemas en la escuela y con su pareja actual, dijo que no sabía qué hacer con ella, estaba desesperada, barajaba la posibilidad de llevarla a un psicólogo, por si podía ayudarla, yo le recomendé que lo mejor era acudir al servicio de mediación en conflictos familiares que tiene el ayuntamiento de Sabadell,  allí dos  o tres psicólogas escuchan por separado a las partes en conflicto, la madre, el compañero, la niña y el padre de la niña, luego cada uno explica su versión en una reunión conjunta delante de los demás, al día siguiente, ya más sosegados, abordan las posibles soluciones, cada uno las suyas, no encontraron ninguna solución ni siquiera el compromiso de buscarlas, las profesionales analizaron la situación y como las partes no llegaron a un acuerdo, ellas proponen lo que creen que es lo mejor, dejando claro que su opinión no es vinculante ni tienen la obligación de hacerles caso, deben ser ellos los que lleguen a un compromiso si les parece bien, ellas solo dan ideas.

La solución que les propusieron fue que cada vez que la niña tuviera que cambiar de domicilio, lo hicieran siempre en una comida familiar entre todos, al terminar la sobremesa se despidieran de la niña uno a uno los que la despedían, animándole a pasarlo bien con el que le tocaba estar, a regañadientes aceptaron la propuesta, el padre siempre que le tocaba despedirla lo hacía en un restaurante, no quería que su ex, ni su pareja entraran en su casa, la madre hizo lo mismo la primera vez, al ver que la niña mejoraba, la segunda vez hizo la comida en casa con un bizcocho que sabía que le gustaba a la niña, en los postres al traer el pastel su madre se lo regalo a la hija diciéndole “se que te gusta, por eso te lo regalo, espero que lo compartas con todos” si mamá, contestó Paula, de diez años, déjame el cuchillo que lo repartiré yo, le dio un trozo grande a su madre, un trozo más pequeño a su padre, otro también pequeño al compañero de la madre y uno grande como el de su madre para ella, antes de empezar a comerlo su madre le preguntó ¿Por qué pones un trozo grande para nosotras y pequeño para ellos? Mira mamá, tú te lo mereces, he llegado por fin a lo que quería, tú has conseguido que tenga una familia, a papá un poquito por que cuando era pequeña me dijo que me quería cambiar por otra, a Juan le puse poco porque sé que no le gusta y a mí me lo puse grande porque noto todo el cariño que has puesto al elaborarlo y el resto me lo llevaré para comer toda la semana, así recordaré este momento cada día como si estuviéramos juntos, los mayores nunca comprendéis a los niños, a veces tenemos las explicaciones que nunca nos preguntáis.

Ahora todo cambió, Paula tiene buenas notas en el colegio, su madre cree que es feliz, su ex y su pareja tienen una buena relación cada vez que se juntan y la madre se esfuerza en mantener lo que parece hace feliz a todos y también a ella, esta vez solo le pude decir que no me olvide, espero seguir disfrutando de tu confianza, a veces la vida discurre por una senda en medio de un hermoso bosque, con tantos árboles que no nos dejan ver su hermosura, yo también me alegro de tu felicidad, ella solo contestó “hay cosas amigo mío que no regresan, las palabras dichas, el tiempo transcurrido y los amores perdidos”.

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