lunes, 19 de diciembre de 2016

Raíces en el pasado



                                          Raíces en el pasado
Todo empieza en 1970, recién terminado mi servicio a la Patria, por imperativo legal, estuve entonces reflexionando que podía aprovechar en mi vida civil de todo lo aprendido, aprendí valores de compañerismo, ya antes los practicaba, desfilar gallardamente, soy un hombre pacífico, a pesar de ser de los mejore tiradores no volví a apretar ni un gatillo, ni siquiera en las ferias, no me meto en guerras ni peleas, hice curso de escalada, escalando, construyendo puentes, montando tirolinas, bajando rapeles, trepando con crampones, etc., no toqué ni una cuerda, ni siquiera para escalar al balcón de mi novia, vivía en una planta baja.
Luego empezaron los cursos de esquí, me lo tomé en serio, pues al igual que la escalada si no aprendías te jugabas la piel, recuerdo que para aprender a frenar, después de darnos los consejos técnicos, el sargento instructor nos ponía encima de una balsa casi siempre cubierta de hielo, si no habías aprendido de memoria los consejos, no sabias frenar y acababas en la balsa, a veces el hielo no resistía el golpe, como prueba de que conseguí buen nivel, fui uno de los diez seleccionados para los campeonatos de fin de curso.

 

Pues de esto tampoco le saqué provecho, no volví a calzarme unos esquíes, mi pasión es la montaña, subir a los picos más altos para contemplar el paisaje, observar las plantas y flores, escuchar y hablar con los animales, tratando de imitar su lenguaje, recoger frutos y plantas medicinales, escuchar el silencio y el viento, caminar por la nieve y jugar a bolas, pero no me interesó el esquí, a pesar de ello siempre lo deje en un rincón por si algún día despertaba el gusanillo.


Ahora que ya os expliqué las raíces, voy al enlace actual, el martes día trece de diciembre, supongo que por ser un día especial o porque estaba aburrido, pensé que tenía que probar de nuevo mis dotes de buen esquiador que tenía en el rincón, soy consciente que cada día que pasa mi estructura física se va deteriorando y mis reflejos también, como dice el refrán que en martes no te cases ni te embarques, marché solo para no casarme con nadie, para no embarcar no me fui al puerto de mar, sino al puerto de montaña, es decir a Wallter 2000, unos 2500m. de altura, le pedí el equipo de esquí a mi yerno por si picaba el gusanillo,  cogí la furgo, a las once ya estaba en las pistas, después de observar el estado de la nieve, bien pisada y a punto, hice las fotos de rigor almacenandolas en mi cámara.

Luego dilaté mi retina para disfrutar de, la gran belleza del paraje, despues me tomé mi bocata de media mañana, ya estaba a punto de volver a sentir como el suelo se desliza bajo mis pies, como no me gusta el riesgo, que no tenga más o menos controlado, tomé unas clases para no correr riesgos innecesarios, ni perder el tiempo, mi cerebro recordaba todos los consejos de aquel duro sargento, aunque las técnicas y los esquíes se habían actualizado, cosa que me recordó el monitor, cuando le dije que hacía 47 años que no me ponía encima de unos esquíes, con unas cuantas lecciones teoricopracticas conseguí hacer dos bajadas en la pista de principiantes, solo los giros a la derecha se me resistían, quizá porque soy de izquierdas, incluso pensé llamar a los barones del PSOE, estos sí que giran a la derecha con facilidad e impunidad.


Bajé a comer y dormir a Camprodon, para tener el gusto de pasear por sus calles al anochecer y dormir tranquilo, (ya lo hice otras veces en el mismo sitio) y con menos frio que en la alta montaña, a pesar de que por la mañana la temperatura era de cuatro grados bajo cero y el hielo había brindado los cristales de mi furgo.


Para cambiar de escenario el miércoles me fui a la Molina, más o menos a 2000 m., menos nieve y las pistas casi desiertas con los remontes parados, yo envalentonado por mis prácticas, practiqué un poco más en unas ligeras pendientes fuera de pista, hasta que me cansé, satisfecho de mis progresos, luego mientras descansaba llenaba mi chip de recuerdos y paisajes que brillaban con el sol radiante, empezando a regresar (ya que el fin de semana tengo la kdda. del circuito,) parando a comer en algún restaurante a la altura de mis sueños y mi bolsillo.


De bajada a Castellar de n’Hug, me tuve que parar a disfrutar desde la lejanía del imponente Pedraforca, otra de mis montañas favoritas para gozar de la naturaleza más salvaje y a la vez accesible. 


Tampoco pude seguir sin ver a vista casi de pájaro a Castellar de N’Hug,  con el Pedraforca al fondo, una localidad rodeada por un exuberante entorno natural, su casco urbano conserva bellas muestras del románico catalán, conservando sus calles empedradas en las que aparecen bellos ejemplos de arquitectura rural, caracterizada por sus típicas casas de piedra, en pleno centro urbano se alza la iglesia de Santa María de N’Hug, construida en el siglo XI y con posteriores añadidos neoclásicos.


No me había dado tiempo a inmortalizar tan preciosos momentos, cuando un par de buitres sobrevoló sobre mí, tal vez para que no me perdiera el espectáculo, los observé y tomé docenas de fotos, después de exhibirse delante de mi cámara se posaron en una loma un poco más arriba, mi curiosidad me llevó a subir para mirarlos de cerca, pronto me di cuenta que no estaban solos, tal vez un centenar estaban esperando que alguien les trajera su comida de mediodía.


Posaron para mí hasta que me acerqué más de lo que ellos consideraban distancia de seguridad, luego tomaron vuelo por encima mío para que siguiera recreándome de lo fascinantes que son, cuando me cansaba de hacerles fotos los jaleaba, me tumbé  y les repetía más o menos sus graznidos y ellos seguían sobrevolándome sabiendo que era el hombre más feliz que hayan visto nunca, les dije adiós y prometí volver a verlos.


No podía marchar sin visitar las fuentes del Llobregat, siempre las había visto en verano y esta vez quería comprobar su caudal y el canto ensordecedor de sus cascadas, embelesado por todo el entorno, no me daba cuenta que eran las cuatro de la tarde y yo no sentía ni ganas de comer, mi cabeza estaba henchida con el mejor alimento que nos da la naturaleza.

Corrí a comer un bocata en el primer bar que encontré y raudo regresé a casa, cansado me acosté temprano y se lo conté a mi almohada, casi no me llega la noche para contarle todo lo vivido en solo dos días.


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