olfateaba todo lo que encontraba, incluso se asustaba cuando el viento movía las flores, me senté un momento a disfrutar del bosque de castaños, bueno miraba si ya empezaban a salir los xantarelos, ocupado almacenando en mi cerebro todo lo que estaba viendo, oí a Ruidoso ladrando envalentonado a algún bicho, me acerqué, justo cuando este jabalí también juguetón, estaba a punto de ponerle en su sitio, al pobre Ruidoso.
Todavía no entiende que no todo el territorio es suyo,
tampoco sabe que en el campo rige la ley del más fuerte, lo cogí en mis brazos,
el jabalí sorprendido de que dominara con tanta facilidad a tan tremenda fiera,
se quedó observando que ocurría, mirándome fijamente a los ojos se marchó
quedándose con mi cara.
Al cabo de unos días, también recorriendo mis dominios
encontré al amigo jabalí, en esos momentos estaba poco inspirado y le bautice
con el nombre de morenito, más que nada por su color, yo le hablaba, le contaba
cosas y el a una distancia prudencial me miraba, intenté tirarle un trozo de
pan de mi bocadillo de media mañana, pero no se fiaba, me marché y acudió a
comer mi regalo, tal vez le gustó, porque cada vez que nos encontramos se
acerca un poco más, ya me conoce, cuando entro en el soto le grito morenin y no
tarda en aparecer, ya sabe que ahora siempre le reservo un trozo de mi
bocadillo.
Hace dos días, se me ocurrió repartir el pan en
pequeños trocitos, los esparcí por todo el alrededor, al día siguiente el
morenito había revuelto todo el trozo donde tiré el pan, como soy
muy listo, me pareció una manera fácil de
saber si debajo de tantas hojas caídas había el manjar que yo buscaba.
Es
cierto, estaban arrancados, pero quedaban al descubierto, solo tenía que tirar
el pan un día en cada sitio, donde ya sé que hay tesoros escondidos, hoy tengo
esto para aperitivo.
Sé que soy un poco malo, no os cuento donde los
consigo, de todas formas vosotros no tenéis un ayudante tan adelantado, ni tan
malas artes como yo.

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